El teatro quemado del pasaje Espejo, ese que tantas veces al pasar nos genera un sentimiento de misterio con sus paredes cubiertas de hollín y las rejas cerradas con cadenas, regresa a la vida cada tanto, como si no deseara sumirse en la mortalidad. Para terminar el 2016, despierta. Y nos seduce a entrar en él con varios conciertos y fiestas provocadoras.
Buddha Sounds, una banda (sí, banda) argentina de chill out, aires new age, sonidos tántricos y motora de experiencias espirituales, ha tenido la suerte de coincidir con aquellas ocasiones en que el Teatro Bolívar se descubre para nosotros. Tocaron allí en 2007 y ahora lo volverán a hacer.
Regresan con un nuevo viento, y acaso con una oscuridad que no deja perder la mística iluminada de su paisaje sonoro. Para generar este cambio debieron tomar respiro, sin dejar nunca de tocar o de girar. “Es la primera vez que nos tardamos tanto tiempo en sacar un disco. Siempre intento no dejar pasar más de un año, pero esta vez fue diferente”, dice Alex Seoan, quien fundó la banda con Maia Krasnai (violín y voz) a finales del milenio pasado. Life, como se llama su séptimo trabajo discográfico, continúa la exploración de los sonidos externos a oriente, bajo halos fuertes de trip-hop, dub y el downtempo sin cabalidad.
El Life es el primer álbum de BS que empieza con una letra en español. Empieza también con la particularidad de un charango que moldea el ambiente y ya no ubica a quien lo escucha en Medio Oriente, sino en una pampa argentina. Ese es el charango de Ernesto Torres, emblema vivo de la música folklor de ese país, que buscó por interés propio a Buddha Sounds y empezó a trabajar con Alex, luego de enamorarse de su música. Además se le une también a la banda una coplera, Laura Peralta, como esa pieza que buscaban para entender por dónde unir lo que estaban haciendo con ese anexo tradicional que sentaba el cable a su tierra.
Un masaje al cerebro
“Cuando vengas quiero que te lleves la panza llena de música, la cabeza llena de imágenes, el cuerpo lleno de vibraciones”. Alex se empeña en resaltar que la música de BS poco tiene que ver con interacción verbal entre banda y público. La cosa aquí es sensorial y energética.
El show tiene una carga de intensidad generada a partir de elementos que no están en las canciones subidas a Spotify o Youtube. Hay baile, hay mantras, hay visuales y guitarras más estridentes que potencian el esplendor de la música sobre cada individuo que la percibe dentro del anfiteatro. Ahyò-Kantyk, también cantante, lo explica como un “disparador de sensaciones internas”, que hace que la vibración llegue a la mente y de hecho llega, a cada uno de forma distinta.
Uno de los elementos clave del esencial Buddha Sounds es el ingrediente de música tradicional hindu, henchido por mantras y tantras que básicamente colocan la mente de la gente en estado de trance. “Estos sonidos se pasan al hemisferio izquierdo, donde se genera la imaginación, las sensaciones, y es en ese estado que el cuerpo se comporta diferente”, explica Maia. Cuando las células están libres, la imaginación aprovecha y va hacia donde quiere.
Maia estudia mucho qué hacer antes de componer y darnos un concierto. Yéndonos un poco más al fondo de todo esto, lo que hace es utilizar los medios clásicos y las armonías de occidente y toma los intervalos disonantes como segundas, tritonos, séptimas, de un modo en que conviven en paz. “En apariencia el sonido es disonante, pero llega a ser armónico y consonante y se puede sostener porque no se contradice”.
En el principio, fueron los primeros
“Con Buddha Sounds lo que sucedió fue que lo oriental llegó a Latinoamérica”, dice Maia Krasnai. Conformaron una ambientación estética ligada a la música del más allá, de la India, de Rusia (de donde Maia es originaria). En principios de los 2000, en Argentina la estaban pasando muy mal con un escenario político de escalofríos y una crisis con inflación monetaria que dejó con insomnio y sin ahorros a más de un millón de gentes.
En ese contexto, la música pacífica y revuelta en espiritualidad de BS, se concibió como un antídoto dulce para los argentinos, -“un bálsamo”, le llama Maia-, y no le tomó trabajo derretirse hacia otros países de la región y luego a todo el resto del mundo.
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